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Tan Solo una Palabra

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“Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).” Efesios 2:4-5.

Copyright Bonnie Woodson - Flickr

El centurión romano a quien Jesús encontró en Capernaúm era un hombre respetable. Era muy bueno con su esclavo, pues al ver que estaba enfermo, atormentado por el mal y cerca de la muerte, envió a judíos importantes a Jesús para pedirle que viniese a curarlo. Incluso los judíos reconocían la dignidad de este hombre que amaba a la nación y había construido su sinagoga. “Es digno de que le concedas esto”, le decían a Jesús (Lucas 7:4).

¡“Es digno”! ¿De qué somos dignos? ¿Qué méritos tenemos ante Dios para obtener su favor? Ninguno. El centurión lo había comprendido y se sentía tan indigno que no se atrevía a ir a Jesús él mismo. Pero Jesús vino a él. Cuando se acercaba a la casa, el centurión envió a algunos amigos a decirle: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo… pero dí la palabra, y mi siervo será sano” (v. 6-7). Jesús dijo: “Ni aun en Israel he hallado tanta fe” (v. 9).

Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría”, pero “agradó a Dios salvar a los creyentes” (1 Corintios 1:22, 21). A este hombre le bastaba una sola palabra de Jesús. Aún hoy Dios dirige un mensaje de salvación a todos los que reconocen su indignidad y su culpabilidad, sean ricos, religiosos, obreros, marginados. El mensaje es éste: Todo aquel que cree en Jesús y en su sacrificio tiene vida eterna.

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