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Cuando no actuamos con sinceridad

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El rey David fue desde su juventud un fiel seguidor de Dios. Pero hubo un momento en que cedió a la tentación y cometió adulterio con la esposa de Urías. Su vida de integridad se vio gravemente comprometida.

Las fallas éticas y morales han asediado a los cristianos en todos los siglos. Cuando un creyente decide pecar para obtener lo que desea, el egoísmo o la codicia es la causa fundamental. En otras ocasiones, el deseo de aceptación puede tentarnos a manipular a las personas y las circunstancias, o a inventar mentiras para parecer más atractivos. Y el temor a un conflicto puede dar lugar a [tooltip content=”rendirse ante las presiones externas o ante los inconveniente.” url=”” ]claudicaciones[/tooltip].

Al comienzo, es posible que aun las personas cercanas a nosotros no noten nuestra falta de sinceridad. Pero Dios la ve. Él usará nuestra conciencia para producir sentimientos de culpa, de modo que podamos confesar nuestro pecado y apartarnos del mismo. La autoprotección tomará las riendas si seguimos actuando mal; trataremos de acallar nuestra conciencia justificando la conducta.

Con el tiempo, nos alejaremos de ciertas personas, para que no descubran nuestra conducta pecaminosa. Al mantenerlas a distancia, tenemos la esperanza de evitar su escrutinio. Pero el pecado habitual puede resultar en oportunidades de trabajo perdidas, amistades dañadas y familias destruidas.

Cuando fue confrontado por Natán, el rey David reconoció su pecado y recibió perdón ([tooltip content=”Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás. RV1960″ url=”” ]2 S 12.13[/tooltip]).

¿Cómo responde usted cuando el Espíritu Santo le convence de pecado? ¿Ve la realidad de su conducta y se arrepiente? ¿O trata de justificar y persistir en su conducta?